martes, 19 de junio de 2012

Cuento UNO: Me ganaré tu amor!

Jaime era un niño hermoso cuando nació, sus cabellos rubios y rizados hacían que las otras mamas quedasen deslumbradas por su belleza, que ojos tan hermosos! azules claritos como el cielo en pleno día.
Desde pequeñito su mamá fue muy estricta, aunque le adoraba y le quería con locura, no permitía que Jaime hiciese nada que importunara a nadie. Le adiestró tempranamente para que no utilizara el llanto como reclamo a sus necesidades, por eso, desde que nació únicamente consentía que se le cogiera, ya no solo ella sino cualquier otra persona, para cubrir necesidades fisiológicas, es decir, para alimentarle, para cambiarle de ropa o de pañal… Al cumplir 3 meses le sacó de su habitación y utilizando un método muy efectivo y rápido consiguió que en dos semanas cesaran los llantos. Jaime era un niño muy dócil, según su madre, y muy pronto comprendió lo que se le estaba intentando enseñar: “Por la noche había que dormir y dejar descansar a mamá.”
Cuando Jaime creció un poquito más, su mamá no permitió, bajo ningún concepto, que utilizara el llanto para hacerle chantaje, no se dejó manipular ni una sola vez. Su mamá estaba orgullosa, se repetía a menudo, "haré de este niño un hombre, como debe ser".
Jaime no tardó en comprender que para recibir amor de su mamá debía comportarse de aquella manera que ella consideraba correcta y aunque a veces se equivocaba...como ese día que tocó el agua de un hermoso estanque y la hizo volar. Descubrió que si antes de hacer algo que se le ocurría la miraba, ella con los ojos le diría si estaba bien o mal y de este modo se ganaría su “amor”.
Así fueron las cosas. Jaime fue creciendo y cumpliendo las expectativas de su mamá, al terminar el instituto siguió los pasos de su abuelo Rafael, tal y como deseaba su madre, sería registrador de la propiedad, era un trabajo que además de estabilidad económica le reportaría un estatus social idóneo y adecuado a su clase social.
Tuvo algunas novietas, pero hasta no encontrar a la persona apropiada y a la vez aprobada por su madre no se atrevió a dar ese paso tan importante como es el matrimonio, se caso y al cabo de siete años, ya tenía a sus tres hijos, todo estaba pensado y calculado, que bien le iba la vida a Jaime, tenía trabajo, dinero, familia, no se podía esperar más de la vida. Sin embargo, Jaime, en su más recóndito y escondido interior albergaba una sensación extraña e incómoda. En realidad esa sensación siempre había estado ahí, pero la había identificado con la ambición y con el ánimo de superación que toda persona debe albergar para prosperar.
Se había dicho...”cuando termine mis estudios se marchará” y al concluirlos, pensó: “seguro que cuando saque mi plaza de registrador todo terminará”, después, “cuando consiga la plaza fija!”, “cuando me eche novia!”, “cuando tenga una casa!”, “cuando me case!”, “cuando tenga un hijo!”, “cuando tenga todos los hijos que he planeado tener!”, “cuando termine de pagar la hipoteca!”...pero nada.


Ahora a los pies de la cama de su madre, de cuerpo presente, y con 55 años cumplidos de repente sintió un gran alivio, en seguida miró de forma instintiva a su madre para que aprobara aquel sentimiento inesperado que le inundaba. Pero ella estaba allí inerte y fría, tan fría como ella misma se había impuesto ser hace ya mucho tiempo. Jaime no lloraba, pero sentía un hondo y profundo sentimiento de temor, terror, estaba solo!, seguía solo, como aquel día que estuvo en la oscuridad de su cama llorando hasta que exhausto cayó rendido y cedió al sueño, o como aquella vez que con 8 años cambio las sábanas aprisa en mitad de la noche para que su madre no se diera cuenta de que no había sido capaz de contenerse. Era de nuevo esa sensación, esa sensación que tantas y tantas veces había sentido, era ese sentirse SOLO. Pero no solo como cuando uno mismo decide estarlo, como cuando uno mismo decide disfrutar de su ser, de su paz interior y de su alegría innata. Esa soledad Jaime nunca la había experimentado, quizás porque nunca se le dio esa gran oportunidad, quizás porque alguien se olvidó de lo que era realmente importante, quizás porque estaba ocupado cumpliendo expectativas, quizás porque nunca había dejado de sentir miedo en su interior y la soledad con miedo es una cárcel maldita.

Yarim’12

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